"¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!"
Ninguno de nosotros vive para si mismo ni muere para si mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Así que, tanto en la vida como en la muerte, somos del Señor.
ORACIÓN COLECTA
Señor omnipotente y misericordioso, que continuamente demuestras tu amor a tus hijos, escucha nuestras oraciones por los que hoy van a morir, a fin de que la sangre preciosa de tu Hijo, nuestro redentor, los purifique de todo pecado y los haga descansar para siempre en tus brazos, llenos de misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo...
LITURGIA DE LA PALABRA
Muy grande fue la prueba que soportó Israel.
Del primer libro de los Macabeos: 1, 10-15. 41-43. 54-57. 62-64
En aquellos días, surgió un hombre perverso, Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco, que había estado como rehén en Roma. Subió al trono el año ciento treinta y siete del imperio de los griegos.
Hubo por entonces unos israelitas apóstatas, que convencieron a muchos diciéndoles: "Vamos a hacer un pacto con los pueblos vecinos, pues desde que hemos vivido aislados, nos han sobrevenido muchas desgracias".
Esta proposición fue bien recibida y algunos del pueblo decidieron acudir al rey y obtuvieron de él autorización para seguir las costumbres de los paganos. Entonces, conforme al uso de los paganos, construyeron en Jerusalén un gimnasio, simularon que no estaban circuncidados, renegaron de la alianza santa, se casaron con gente pagana y se vendieron para hacer el mal.
Por su parte, el rey publicó un edicto en todo su reino y ordenó que todos sus súbditos formaran un solo pueblo y abandonaran su legislación particular. Todos los paganos acataron el edicto real y muchos israelitas aceptaron la religión oficial, ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado.
El día quince de diciembre del año ciento cuarenta y cinco, el rey Antíoco mandó poner sobre el altar de Dios un altar pagano, y se fueron construyendo altares en todas las ciudades de Judá. Quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas; rompían y echaban al fuego los libros de la ley que encontraban; a quienes se les descubría en su casa un ejemplar de la alianza y a los que sorprendían observando los preceptos de la ley, los condenaban a muerte en virtud del decreto real.
A pesar de todo esto, muchos israelitas permanecieron firmes y resueltos a no comer alimentos impuros. Prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos que violaban la santa alianza. Muy grande fue la prueba que soportó Israel.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 118
R/. Ayúdame, Señor, a cumplir tus mandamientos.
Me indigno, Señor, porque los pecadores no cumplen tu ley. Las redes de los pecadores me aprisionan, pero yo no olvido tu voluntad. R/.
Líbrame de la opresión de los hombres y cumpliré tus mandamientos. Se acercan a mí los malvados que me persiguen y están lejos de tu ley. R/.
Los malvados están lejos de la salvación, porque no han cumplido tus mandamientos. Cuando veo a los pecadores, siento disgusto, porque no cumplen tus palabras. R/.
ACLAMACIÓN (Jn 8, 12)
R/. Aleluya, aleluya.
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; el que me sigue tendrá la luz de la vida. R/.
¿Qué quieres que haga por ti? - Señor, que vea.
Del santo Evangelio según san Lucas: 18, 35-43
En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino. Entonces él comenzó a gritar: "¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!". Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte: "¡Hijo de David, ten compasión de mi!".
Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". Él le contestó: "Señor, que vea". Jesús le dijo: "Recobra la vista; tu fe te ha curado".
Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Que el sacrificio que vamos a ofrecerte por nuestros hermanos cuya vida terrena se está extinguiendo, los purifique, Señor, de toda culpa, a fin de que, después de haber soportado aquí los sufrimientos que tu voluntad dispuso, entren en el descanso eterno que tú les has preparado. Por Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Col 1, 24)
Completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo por el bien de su cuerpo, que es la Iglesia.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Por esta Eucaristía, conforta, Señor, con tu gracia a nuestros hermanos que hoy van a morir, para que en la hora de su muerte no sean vencidos por el enemigo y merezcan llegar a la vida eterna en compañía de tus ángeles. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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